Una herramienta creada para rastrear tormentas también permite observar la vida desconocida del cielo nocturno

No todo lo que capta el radar son nubes o granizo: también revela criaturas aladas que llenan la noche de señales invisibles a los ojos humanos.

Radar
Los radares meteorológicos a veces revelan mucho más que lluvias o granizo.

Una tarde cálida en el sur de Texas, los meteorólogos del Servicio Meteorológico Nacional (NWS) observaban en sus pantallas de radar una supercélula en formación. Las imágenes mostraban el típico avance de una tormenta fuerte: nubes densas, precipitación abundante y corrientes de viento.

Pero algo más llamó la atención. A ambos lados de la tormenta, comenzaron a expandirse círculos verdes que no representaban ni al agua ni al granizo. Eran ecos, sí, pero no meteorológicos.

Lo que el radar había captado era un espectáculo que ocurre en algunas noches de verano: millones de murciélagos saliendo en masa de sus refugios subterráneos para cazar insectos antes de que lleguen las tormentas.

Este tipo de detección es posible gracias a una herramienta diseñada, en principio, para un fin muy distinto: el radar Doppler. Aunque su propósito principal es rastrear tormentas y anticipar el tiempo severo, en las últimas décadas se ha convertido también en un aliado para los biólogos, que lo utilizan para estudiar la fauna aérea, desde murciélagos hasta aves migratorias y enjambres de insectos.

El Doppler, aliado del estudio de la naturaleza

El radar Doppler funciona enviando pulsos de ondas de radio que rebotan contra objetos en movimiento. Al medir el cambio en la frecuencia de esas ondas reflejadas, permite estimar no solo la ubicación, sino también la dirección y la velocidad del objeto.

Aunque fue creado para medir la intensidad y el desplazamiento de las lluvias, no distingue entre una gota de agua y un ave si ambas reflejan el pulso de la antena. Y eso ha abierto una ventana inesperada a la vida que transcurre en el cielo nocturno.

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El radar se convierte en herramienta clave para comprender movimientos animales invisibles al ojo humano.

En Texas, la aparición regular de estas “nubes biológicas” en el radar es un fenómeno bastante frecuente. Se deben principalmente a la especie Tadarida brasiliensis, o murciélago de cola libre mexicano, que vive en grandes colonias y se refugia en cavernas como la de Bracken Cave, hogar de la mayor población de murciélagos del mundo.

Al anochecer, los animales emergen en forma masiva, generando un eco denso que se dispersa desde un punto central, formando anillos en la imagen del radar.

Winifred Frick, bióloga e investigadora asociada de Bat Conservation International, es una de las impulsoras del uso de radares móviles, originalmente pensados para seguir tormentas, para rastrear la actividad de los murciélagos.

Gracias a esta técnica, se ha podido estimar con mayor precisión cuántos animales abandonan las cuevas por noche y cómo responden a condiciones meteorológicas adversas. En el caso de Texas, el radar permitió ver cómo los murciélagos ajustaban su salida para evitar el frente de una tormenta inminente.

Y no son los únicos. En junio de 2019, una nube de puntos se expandió sobre el sur de California. El radar la captó como una mancha densa de unos 16 kilómetros de diámetro. ¿La explicación? Miles de mariquitas volando en enjambre. Otros registros han mostrado vuelos migratorios de aves atravesando continentes en plena noche, e incluso el vuelo sincronizado de libélulas.

Este tipo de hallazgos dio origen a una disciplina relativamente nueva: la aeroecología. Al cruzar datos meteorológicos con patrones de movimiento biológico, los científicos pueden entender mejor cómo se comportan las especies que viven —o al menos se desplazan— por el aire.

En un mundo donde el cambio climático está alterando rutas migratorias y hábitats, contar con estas herramientas resulta crucial. Así, el radar, una herramienta que nació para prever tormentas y salvar vidas humanas, hoy ayuda a comprender mejor la vida secreta de los animales.